Época: Arte Español del Siglo XVIII
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1800

Antecedente:
Juan de Villanueva: primeros trabajos

(C) Pedro Moleón Gavilanes



Comentario

En el terreno académico, Villanueva obtuvo los nombramientos de teniente director interino de Arquitectura (1767); teniente director de Arquitectura (1774), cargo al que renuncia en 1784 por sus excesivas ocupaciones y no poder atenderlo; director honorario de Arquitectura (1785) y director general de la Academia de San Fernando por un trienio (1792-1795).
En el campo puramente profesional, Villanueva fue nombrado arquitecto del Monasterio de El Escorial (1768), encargado de las obras de los paseos imperiales de Madrid (1775), teniente de Sabatini en la obra de ampliación del palacio de El Pardo (1776), arquitecto del príncipe e infantes (1777), arquitecto del Buen Retiro y del palacio y Común del Real Sitio de San Lorenzo (1781), arquitecto maestro mayor de Madrid y de sus fuentes y viajes de agua (1786), arquitecto mayor del rey con ejercicio en los palacios y sitios reales (1789), arquitecto principal y director de las obras del Palacio Real nuevo (1797), director de policía y ornato de Madrid y del Camino de El Pardo (1798), comisario ordenador de la Villa (1798), intendente honorario de provincia (1802) y, finalmente, arquitecto mayor inspector de las obras reales de José Bonaparte (1808).

Es en el ejercicio de estos empleos, y desde la situación privilegiada de una carrera siempre ascendente, donde el arquitecto Juan de Villanueva realiza las obras más importantes de su siglo y las primeras propiamente neoclásicas en España. Quisiera, sin embargo, hacer mención también de algo característico del momento que al arquitecto le fue dado conocer. La vida y la obra de Villanueva se inscriben rigurosamente en el marco del apasionado y singular momento ilustrado español, un momento en el que lo deseado es siempre más ambicioso y rico que lo conseguido. SSólo en ese contexto del final del siglo XVIII español se entiende que el edificio del Museo, hoy del Prado, esté veintitrés años construyéndose, y el Observatorio, dieciocho, sin llegar a concluirse cuando, en 1808, una invasión extranjera empeora el anterior e imperfecto orden.

Un único paréntesis cabría hacer en ese período y correspondería, al menos para la arquitectura en general y para la de Villanueva en particular, al período de gestión política de don José Moñino, conde de Floridablanca, entre 1777 y 1792. Villanueva es, más aún que el arquitecto de la casa real, el arquitecto del ministro de Estado. Es Floridablanca quien lo encumbra dándole los mejores encargos y las mayores atribuciones, consciente de su capacidad. El Museo y el Observatorio son la mejor prueba de ello. Después de 1792, los más importantes proyectos de Villanueva son de promoción municipal.

El segundo período del Neoclasicismo en España quedaría ceñido a los años 1781-95, período que da continuidad a los reinados de Carlos III y Carlos IV, marcado en política por la figura del conde de Floridablanca y en arquitectura por la actividad madura y sólidamente fundada de Juan de Villanueva, cuando su obra proyectada y construida se manifiesta con la plenitud estilística del Neoclasicismo internacional. Hasta estas fechas, Villanueva se mantiene en una actitud receptiva de búsqueda y apertura a influencias muy heterogéneas.

La Casa de Infantes (1771-76), como la más tardía Casa de Ministerios (1785), ambas en la lonja del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, mantienen una deuda demasiado fuerte con la máquina herreriana como para que Villanueva brille con luz propia, si exceptuamos la efectista espacialidad de los ámbitos de las escaleras interiores y el compromiso urbano que ambas asumen en relación con la recientemente creada villa de San Lorenzo.

La capilla circular de la cabecera de la catedral de El Burgo de Osma, comenzada junto con la sacristía en 1772 según el proyecto de Villanueva, es una especie de ejercicio escolar; conciliación apretada, por el menor tamaño y la nula significación exterior de la obra, que queda como excavada en piedra, del Panteón de Agripa en Roma con la capilla de Palladio en Maser a través de una lectura simplificada y regeometrizada en clave clasicista de la planta de Fisher von Erlach para su iglesia de San Carlos Borromeo en Viena. Demasiadas cosas para que Villanueva emerja con fortuna del difícil problema que él mismo se plantea.

Es en las Casitas de El Escorial (1771-73), la Casita de Arriba para el infante don Gabriel y la Casita del Príncipe para el futuro Carlos IV, ejemplos españoles de un gusto muy extendido entre la nobleza europea, donde nuestro arquitecto comienza a ampliar los referentes del medio académico en que se formó. Las alusiones latentes al palladianismo vienen ahora de la mano de la divulgativa interpretación inglesa de la obra del paduano, especialmente a través de la obra de Robert Morris (1701-54) "Rural Architecture" (Londres, 1750), un libro de patrones en una de cuyas láminas encontró Villanueva el modelo para la ordenación interior de las estancias de la Casita de Abajo, un libro cuya doctrina fundamental consiste en la aplicación al proyecto de un sistema de composición y proporción basado en el cuadrado y en el cubo como geometrías generadoras de la simetría vitruviana.

Cerrado el período de formación de Villanueva y su primera práctica constructiva, comienzan a consolidarse sus modos proyectuales, su estilo individual, aflorando con un original sincretismo en el que son patentes el palladianismo, la estilofilia y la composición axial, dominada siempre por un eje de simetría cortado perpendicularmente por otro que acoge las circulaciones del interior, junto a su fidelidad por algunos de los invariantes más característicos de nuestra tradición castiza, constatable en su preferencia por los desarrollos compartimentados de espacios de pequeña escala y la horizontalidad de composiciones trabadas, de volumetrías cúbicas contrastadas.

Es en 1781 cuando se producen dos hechos trascendentales para la obra de Villanueva. El primero ocurre a finales de julio, cuando el arquitecto acepta el encargo de la madrileña congregación del Caballero de Gracia para ampliar su antiguo oratorio, obra del alarife Juan de Torija. El segundo llega en octubre, cuando se inician las obras de ampliación de la Casita del Príncipe de El Escorial con la construcción del salón y sala ovalada, ensanche del jardín de poniente, estanque y aumento de cercas.

Con la ampliación (1781-84) de la Casita de Abajo, Villanueva reconsidera su propia obra, acabada años antes, pero la adición que construye apenas modifica lo existente. A su modo, el resultado responde a los nuevos requerimientos de programa con un cuerpo transversal añadido, volumétrica y funcionalmente autónomo. De una forma empírica, Villanueva consigue una composición por partes, diferenciadas y completas, que tienen sentido separadas, desvinculables de la nueva idea de totalidad como fragmentos cerrados en sí mismos. No existe ya una estructura arquitectónica, si entendemos por tal un sistema de relaciones dominado por la totalidad que da sentido a cada parte, sino un sistema de adiciones en el que cada parte tiene vida propia y en el contacto con las demás se mantiene reconocible. Composición por partes, autonomía y continuidad en arquitectura son principios ordenadores que Villanueva descubre ampliando la Casita y que marcarán desde entonces el resto de su producción más personal, especialmente el Museo y el Observatorio.